‘Kill Bill: Volumen 1’: Esa fascinante extravaganza samurái
Quentin Tarantino, sin duda uno de los directores más llamativos de los últimos tiempos, ha sabido crear relatos a partir de sus gustos particulares por el cine. Acusado por algunos de simplemente hacer cintas tomando como referencias a muchos géneros, secuencias y demás, también es amado por otros que ven en su cine, más allá de su fetiche por los pies, una propuesta que acerca a nuevas generaciones a todo este tipo de relatos no tan conocidos o sonados que existen fuera del Hollywood comercial.
Entre estos últimos me encuentro, un amante del séptimo arte que quedó marcado por sus dos primeras cintas, pero que supo apreciarlo de diferente manera a partir de su cuarto proyecto, una locura que hacía alusión a lo mejor del western, el cine de explotación pero sobre todo a aquellos filmes asiáticos y sus figuras, usando el elemento samurái, pasando por las artes marciales y, cómo no, mucha, mucha sangre. Eso fue Kill Bill: Volumen 1, que cumple dos décadas de su estreno.
En ese 2003, quien escribe apenas rebasaba la mayoría de edad permitida para ver la locura que sería este filme, mismo que fue de lo más esperado en el año. Bastaba ver el tráiler, musicalizado por el tema de Tomoyasu Hotei, “Battle without honor or humanity”, para entusiasmarme mientras Uma Thurman tomaba una katana y se enfrentaba a unos tipos vestidos de negro mientras nos hacían entender que el reto de matar a Bill (sin saber quien carajos era) sería algo más complicado de lo que pensábamos, tanto así que requeriría de otro volumen para culminar la obra.
Esperando una tradicional cinta de acción a lo Quentin, la sorpresa fue grata cuando el realizador comienza con una imagen a blanco y negro con una ejecución de una mujer mientras los créditos rodaban con la voz de Nancy Sinatra de fondo, describiendo de manera acertada lo que acabábamos de presenciar (bang bang, mi amor me disparó). Después, el relato a través de capítulos inicia con una batalla interesante, donde nuestra protagonista, cuya identidad no revelaremos por respeto a la idea del filme, cumple con el punto dos de una lista de venganza que incluye nombres como O-Ren Ishii (Lucy Liu), Elle Driver (Daryl Hannah), Budd (Michael Madsen), Bill (¿?) y Vernita Green (Vivica A. Fox).
Desde aquí, Tarantino implementa un estilo particular donde poco a poco usa un color amarillo que se convierte en fundamental para toda esta historia. Desde los vivos en la casa de Vernita, la primera caída en este relato, pasando por ese infame Pussy Wagon de un tal Buck que disfruta fornicar, hasta el gran homenaje que se hace a Bruce Lee con el traje usado por Uma con vivos negros que remite a El juego de la muerte (1978), última película del experto artemarcialista, el realizador pone un sello particular a esta epopeya donde el honor, la revancha y las charlas profundas son una perfecta mezcla para seguir el camino sangriento de La Novia.
Ese fue uno de los aspectos que hacen que Kill Bill: Volumen 1 sea de lo más destacado en la filmografía de Quentin. Apoyándose en su protagonista, ambos son capaces de crear una historia que sirve como un gran homenaje a esos subgéneros un tanto olvidados, respetando incluso la manera en cómo la sangre sale en las secuencias de acción, o tomando grandes referencias como El Avispón Verde (los trajes de los Locos 88 son parecidos al de Kato), Lady Snowblood (Fujita, 1973), incluso usando al gran Sonny Chiba como Hattori Hanzo, actor clave de cintas de género como The street fighter (1974), Shogun’s Samurai (1978), entre otros títulos.