Tras 529 días de cierre, reabren escuelas entre miedos, heridas y anhelos…
Después de 529 días de soledad en las aulas, se reabrieron las puertas de las escuelas. Lo hicieron entre penumbras y nubarrones, no sólo por la llovizna matinal sino por el miedo grabado en los rostros de alumnos, padres de familia y profesores…
No fueron las habituales imágenes de un regreso a clases: mochilas atiborradas, tortas, empujones, sudores, prisas y retardos. No. Colegios cuya matrícula antes de la Covid-19 era de 400 o 500 estudiantes, como la Secundaria Madame Curie -en la delegación Coyoacán-, quedaron reducidos al lento peregrinar de una decena de chicos, temerosos de cruzar el umbral.
Hubo quien se quedaba contemplando las rejas por varios minutos, a la espera de ver llegar a los amigos cuyos rasgos casi se olvidaron. Pero los reencuentros fueron escasos…
Otros, los de primer ingreso, llegaban un poco más entusiastas, con la idea de conocer la escuela asignada y los nuevos compañeros, pero el desangelado retorno también los apagó.
En vez de libros y cuadernos esta vez traían caretas, cubrebocas, sanitizantes, toallas, geles, pañuelos, rollos de papel y guantes.
Así, ataviada con múltiples protectores, llegó Nora, de 12 años, para iniciar su aventura de primer grado en la secundaria Ludwig Van Beethoven, ubicada en la esquina de avenida Miramontes y calzada Santana. “Ya quería venir, porque las clases en línea me aburría y no aprendí nada”, decía.
Sus padres gastaron 200 pesos en un kit de seguridad. Además, decidieron enviarle el refrigerio en envases desechables para no devolver al hogar recipientes sucios. “Iban a venir 12 alumnos por grupo, pero a la mera hora muchos se arrepintieron”, contó su mamá, doña Leticia Castañeda.
“Nosotros decidimos traerla porque no sabemos ni qué nivel trae, se quedó completamente estancada en lo académico y en lo anímico. Le insistimos mucho en que guarde su distancia, que hable lo menos posible, pero ya el encierro no era opción”.
Doña Haydée prefirió dejar en casa a su hijo Carlos Eduardo, quien pasó a segundo, aunque ella decidió merodear la escuela para ofrecer su mercancía: cubrebocas, dispensadores y otros productos propios de la pandemia. “Quise venir, para matar dos pájaros de un tiro: ver cómo estaba la honda con los chamacos y vender un poco, porque andamos ahorcados en dinero”.
-¿Y por qué no trajo a su muchacho?
-Nos pusimos de acuerdo todo el grupo para hacer presión, y obligar a los maestros a dar clases en línea. Nos asusta regresar, por el contagiadero.
La vuelta escolar atrajo a vendedores diversos, con el anhelo de ganar unos pesos y darle oxígeno a una economía moribunda: dulceros, transportistas, torteros, distribuidores de uniformes y más… “Pero sin población, nos vamos a ir como llegamos: sin un peso en la bolsa”, se quejaba don Jonás, tras el intento fallido de reactivar su añejo negocio de atuendos escolares.
Después de 529 días, ya nada fue igual. Eran pasos tibios, titubeantes, confusos, aún en las escuelas más organizadas y con mejores condiciones, como la Primaria Mariano Otero, en la delegación Iztapalapa.
“Sanitizamos todas las instalaciones, estrenamos mobiliario y los sistemas de iluminación y electricidad están funcionando a tope. No se diga los baños: limpiecitos, y nuestros 10 tinacos de agua completamente llenos. Tenemos tres grandes patios para actividades al aire libre y 5 mil metros de jardín. Nos organizamos para tener clases de 50 minutos y 10 minutos de activación física, yoga y ejercicios musculares. Si fuera el caso, estaríamos listos para recibir a la matricula completa, pero son las 8:20 y la puerta sigue abierta, a la espera de que lleguen más alumnos”, decía el director Adán Ramírez, frente a la verja principal, con un dispersor de gel en la mano y una mirada inquieta, extraviada en todas direcciones. Era, un buscador de almas.
“Esperábamos más”, repetía.
-¿Cuántos han llegado?
-Nuestra matricula era de 610 alumnos a principios de 2020, hoy tristemente habrá llegado un 15 por ciento.
-¿Y qué pasará con aquellos que decidan no volver?
-Tendremos que dejarles algunas actividades por Internet, pero ya no podemos darles clases en línea como el año pasado, porque a nosotros, los maestros, la SEP sí nos tiene presionados para estar aquí: es presencial y no hay vuelta de hoja.
Para el profesor Ramírez, ver a un niño acercarse era motivo de aliento, aunque su andar fuera triste y desorbitado. Este comienzo escolar fue también un libro abierto de historias desdichadas. Durante más de 17 meses de agolparon ausencias, familias fracturadas y partidas repentinas.
A las 8:39 llegó Alberto, un pequeño cabizbajo y silencioso, aferrado al brazo de una mujer. Llegó temblando, de frío y quizá de dolor. El director procedió a registrarle la temperatura, conforme al protocolo de sanidad.
-¿Qué te pasa? -le preguntó, pero no hubo respuesta-. Estás muy frío, y el aparato no alcanza a marcar. Ni una raya, pero pásale, allá adentro te van a dar gel.
Un par de minutos después otra de las profesoras salió presurosa. “¿Anda todavía por aquí la mamá de Alberto, el chico que acaba de entrar?”.
-¿Qué pasa con el niño? -cuestionó el director.
-Es que no sabe a qué grupo va. No sabe cuál es su salón ni su grado…
-¿Quién te trajo, hijo? -le preguntaban.
Al fin, con voz débil, dijo: “Mi tía”.
-¿Y tu mamá?
-Ella ya no está -susurró con los ojos encharcados.
-¿Estás inscrito?
-No sé…
Las puertas de la Primaria Mariano Otero se cerraron a las 8:45, pero no las heridas punzantes de la nueva realidad.
Tras 529 días, rechinaron otra vez las puertas, con sus bisagras oxidadas. Sin una directriz nacional ni lineamientos oficiales, las escuelas revivieron entre instintos y ocurrencias de sus directivos y docentes. En la mayoría, los grupos se fragmentaron y asistirán de manera intercalada, por días o por semanas, con horarios reducidos y sin la obligatoriedad del uniforme. En algunas, las clases serán de media hora; en otras, el tiempo de asignaturas se acortó y sólo se impartirán temas prioritarios.
“La postura generalizada de las familias es de alarma, el 85 por ciento no quiere regresar. En la zona ha habido muchas muertes, las calles están inundadas de moños negros y no hay chico que se haya salvado de la pérdida de un ser querido. Y ese sabor amargo se nota en el regreso a clases”, comentó el maestro David Cuenca, de la Secundaria 275, ubicada a un costado del Reclusorio Oriente.
“Los profesores también tenemos miedo, porque varios de nuestros compañeros se han ido, estamos esperanzados en que la vacuna nos ayude un poquito. No tenemos de otra, porque la SEP ya está mandando reportes por faltas y retardos, estamos amarrados si queremos conservar el trabajo”.
Esperaban 23 alumnos por grupo; sólo asistieron 8, en promedio, en esta nueva vida escolar de nubarrones y penumbras…